El caminar de Chule. Una mujer en Riosucio

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Carolina Canaval Largo

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La casa-Fotografía tomada por Juan Carlos Gil Díaz
La casa bajo el sol, Fotografía tomada por Juan Carlos Gil Díaz

 

Le decían Chule, pero su nombre era María Resurrección Díaz Chaurra. Nació un sábado a mediados de 1934. Cuando niña le decían “qué Chulita”, asombrados por lo bonita que era; cuando creció simplemente le decían Chule. De su infancia es poco lo que se sabe. Vivía en la Iberia, un pequeño caserío de indios en Riosucio, Caldas. La comida era escasa: pocas tierras para cultivar y mucha gente para comer. Desde muy niña le tocó trabajar la tierra al lado de su papá Carlos Emilio Díaz en los llamados cosechaderos, tierras baldías en donde cosechaban maíz y frijol. Una de las primeras tierras que consiguieron fue por la vereda Trocaderos. Ese tiempo fue de mucha violencia y la Iberia no fue la excepción. Cuentan los mayores que en la época de la violencia bipartidista llegaban los liberales y conservadores buscándose para matarse. La gente se escondía en el monte enrollada en cobijas, pero cuando los encontraban los llevaban hasta un planchón, cerca de una tienda, y allí los ejecutaban frente a todos. 

El primer prometido de Chule fue Adolfo Hernández. Él le prometió que se casarían, pero no fue así. La abandonó con dos hijos: Doralba Díaz y Omar de Jesús Díaz. Entonces Chule conoció a Toño. Chule tenía la esperanza de consolidar un hogar. Con él tuvo dos hijas: Luz Dary Díaz y María Consuelo Díaz. Pero Toño le mintió. Ocultaba otra familia. Cuando Chule se dio cuenta que había sido engañada, decidió regresar a casa de sus padres. Como tenía ya cuatro hijos, le tocaba estar desde las cuatro de la mañana en la cocina; así podía luego ir a los cosechaderos a trabajar. 

Carlos Emilio Díaz, por iniciativa de un tío, decidió irse a explorar otras tierras. En una de sus salidas llegó al Cerro Campanario a hacer cosechaderos. Mi abuela le dijo que le diera parte de estas tierras, para irse con sus hijos. Carlos Emilio Díaz aceptó. Ella construyó entonces una choza de paja y llevó a sus hijos con ella. Consuelo estaba de brazos, así que la dejaba al cuidado de Doralba, la mayor de sus hijas, pero como Doralba ya estaba acostumbrada a estar en la Iberia, se volaba para donde su abuela Margarita Chaurra, dejando sola a Consuelo en un canasto. Sola hasta que Chule volviera de sembrar y desyerbar. 

Entonces conoció a un inspector y con él tuvo otro hijo: José Armando Díaz. Pero pasado un tiempo de estar con él, lo trasladaron a otro municipio. ¡Quién se iba a imaginar que el traslado era para matarlo! Y Chule quedó nuevamente sola, pero ahora con cinco hijos. Por la guerra entre el estado colombiano y las guerrillas le tocaba en ocasiones esconderse con sus hijos en el monte. Siguió sembrando en el Campanario: plátanos, yuca, maíz y arracacha. Así podía tener un sustento. Como esas tierras eran buenas para cosechar, empezó a llegar más gente. Ahí fue cuando conoció a José Cupertino Largo, un arriero que se enamoró de ella, haciéndole creer que era soltero, pero ella no le creía ya que él le llevaba unos años de más. Chule no le prestaba atención, pero él seguía insistiendo. A veces iba y la obligaba a estar con él a la fuerza. Así quedó en embarazo de Ariel Largo y Flor Largo. Al darse cuenta de que era casado le dijo que se fuera, que se encargaba de sus hijos sola, pero Cúper la amenazó: que si no seguía con él le mataba al hijo mayor. Por eso le tocó seguir atendiéndolo. 

Quedó en embarazo de Oliver. Cuando el niño nació, Chule enloqueció. Se iba a andar hasta media noche con el niño en los brazos. Consuelo se iba detrás de ella para cuidarla; y entonces Luz Dary, de tan solo diez años, se quedaba sola haciendo la comida. Chule llegaba a la casa con los pies ensangrentados de tanto caminar. Después de esa crisis, quedó en embarazo de Martha Lid Largo, la menor de todos. Con el parto de Martha también enloqueció. Se volvió violenta: le pegaba a todo el que subía hasta la finca. Cuando sus hijos la seguían para que no se perdiera los agredía, así que bajaban corriendo por los cafetales. Y en esas uno de los hermanos fue a visitarla y viéndola así la llevó donde Manuel Díaz, un primo hermano que era médico tradicional o, como dicen, mediquillo. Allá la encerraron varios días para curarla. 

Chule siguió trabajando. De la finca ya sacaba bultos de yuca, maíz, plátanos y arracacha. Todo eso junto se llama revuelto. Los niños jugaban haciendo huecos para sembrar y los sábados a las cuatro de la mañana bajaban hasta La Clara a dejar los bultos con revuelto para venderlos el domingo en la galería de Supía. Cuando no había panela, le tocaba ir a uno de los niños hasta Mudarra con un canasto lleno de plátanos, yucas y arracachas. Allá podía cambiarlo. Cuando no había panela, Chule cogía caña, la machacaba en el pilón y les daba a sus hijos caña machacada con agua. 

Cúper seguía pegándole y visitándola cuando quería. Pero un día la niña menor, que solo tenía cuatro años y siempre andaba detrás de Chule, vio que Cúper la cogió del pelo y la estaba arrastrando por toda la finca. Martha comenzó a gritar. Entonces Armando, que tenía más o menos quince años, estaba trabajando cerca y al escuchar los gritos corrió a ver qué sucedía. Armando se enfrentó a Cúper, quien sacó el machete y le dio un peinillazo. Ariel, uno de los hijos de Chule y Cúper, también había escuchado los gritos y entonces sacó una escopeta que tenían para cazar y le apuntó a matar. Pero cuando le iba a disparar Chule se tiró encima haciéndole perder la puntería. El tiro pasó por un lado de Cúper, quien no volvió durante once años. 

Cuando Consuelo iba a llevarle la comida al cafetal, Chule siempre estaba cantando una canción de las Hermanas Mendoza Suasti: “Madre Cariñito Santo”. Por la época de Semana Santa mi abuela preparaba estacas de mote, cuchuco de maíz, envueltos de choclo y chiquichoque, una masa de maíz con frijol que se envuelve con hojas de biao. Cada ocho días, cuando bajaba a vender el revuelto a Supía, ahorraba algo para comprar una casa y tener dónde llegar y con la ilusión de que sus hijos, los más pequeños, pudieran estudiar. Al cabo de años, pudo comprar una casa en Supía, y darle estudio a Oliver, Martha, Consuelo y Armando.

Poco después del pleito con Chule y sus hijos, Cúper se llevó a la esposa a vivir en la parte baja de Campanario. Por la misma época llegaron unos evangélicos a bautizar a la gente y él se convirtió al evangelio. Once años después se le vino a morir la esposa. Entonces Cúper le pidió perdón a Chule y a sus hijos diciendo que para honrarla se casarían. Chule aceptó con la única condición de que el matrimonio se realizara por la iglesia católica. Varios hijos no estuvieron de acuerdo con ese matrimonio. Sin embargo, con los años y con el cambio de Cúper, lo perdonaron. 

Por todos los achaques de la vida, Chule se fue enfermando. Día a día su salud empeoró hasta que, en 2006, a la edad de 72 años, falleció de cáncer. Fue un miércoles. Martha cuenta que Chule murió en sus brazos rezando el padrenuestro.

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