Funcionarios negros, máscaras blancas

[…] Pero constato que soy un negro. Para escapar de ese conflicto, dos soluciones. O bien le pido a los demás que no presten atención a mi piel; o, por el contrario, quiero que se me note. […] 

Frantz Fanon- Piel negra, máscaras blancas

Marzo de 2020

 

Juan Diego Jaramillo Morales

juanjaramillo@unicauca.edu.co

Estudiante doctoral de antropología

Universidad del Cauca

 

Lleva dos horas esperando su momento para hablar en un salón que prometieron tendría una mesa redonda, alegoría y ebanistería. Al contrario, está en lo que parece ser una tribuna, podría ser la encarnación material de un “comité de aplausos”. Ha escuchado repetir las palabras cultura, presupuesto, concertación, razones técnicas, articulación, participación, democracia, control social… Quisiera tomarse en serio lo que oye, pero siente que ya nada nuevo puede decirse. Otras dos horas más, otros dos cafés entibiados y no hay sorpresa posible, quizás variaciones. Alguien debería contar una anécdota enriquecida, algo específico, pero simplemente no ocurre. Como si la atmósfera de ese salón fuera una solución densa en la que solo unos fonemas pueden atravesar el espacio. Quisiera decir algo puntual, algo que interpele el registro fonético establecido por el espacio que lo alberga. Intervenir para deshacerse de angustias, pensar algo mientras habla, como palabras que se abisman sospechosamente para formar un sentido anterior al movimiento del habla. Quizás contarle a los otros 45 o 50 asistentes lo que lo inquieta, pero no entiende bien cuándo podría intervenir, qué implicaría hablar y, peor aún, si lo que pudiera decir representa a quienes debe representar. 

Su rol en esta tribuna es el de consejero del Sistema Distrital de Arte, Cultura y Patrimonio de Bogotá, específicamente en el consejo de las comunidades negras. Cree entender que representa a unas gentes, poblaciones, sectores o territorios. Pero eso todavía lo están discutiendo porque algunos dicen que hay que “territorializar la inversión”, “llevarlo a las localidades”, “hablar directamente con la ciudadanía”, otros dicen que no, que hay que respetar a la democracia representativa, a los sectores sociales establecidos y las luchas que han dado, ya ni sabe, pero está seguro que esa discusión se está repitiendo eternamente en muchos sitios. En cualquier caso, en unos meses cambiarán el decreto o la resolución, alguien le dirá que hicieron un estudio y quieren hacer más eficiente el sistema de participación. Eficiente ha sonado más en los últimos meses, también hablan de gestión territorial. Pero no se deciden, o quizás sí, pero los consejeros no se enteran. Cree que ya casi va a poder hablar, pero todavía no sabe qué debería decir. 

Intenta recordar la reunión de hace unos días en el “Consejo Distrital de Cultura Palenque de Comunidades Negras”. Revisa sus notas. Lo escrito está en el mismo registro que lo rodea: articulación, cultura, tradición, raíces, otredad…, pero sabe que otras cosas se hablaron en esa casa colonial del centro de la ciudad. Se distrae pensando en la brutalidad de una casa colonial como espacio para las comunidades negras, pero también recuerda haber leído una noticia que hablaba de las viviendas de las comunidades negras en Bogotá. Tablas y zinc en los bordes de la ciudad, arriba de Ciudad Bolívar. Ya ni sabe qué va a decir ni cuáles son las casas para los negros, si la colonial o las de zinc. Con el tinto ya frío y el mezclador mordido, recuerda que también hablaron del Septimafro, las comparsas que hacen para “celebrar la tradición” por la avenida Séptima. ¿Por qué no escribió nada de eso en su libreta si la reunión fue principalmente sobre ese evento? Quisiera creer que algo más hablaron en todas esas horas. Viene a su cabeza algo sobre recursos para el desfile, sobre quién debería ejecutar el evento, sobre las comparsas que debían estar y las regiones que deberían invitar. 

También recuerda a la peinadora del Consejo que lleva varios lustros “representando” a las comunidades negras en Bogotá. Una trenza, un enredo epilogal, una cábala de velocidad y destreza, como quien da cuentas de un rosario mientras mira noticias. Peinadora por ombligada está amarrada a su oficio desde el nacimiento. Peinados curvos y rectos hablan también de un código, de una forma de comunicación para los silenciados y traídos a América. La peinadora es la que tiene la información, a ella le contaban todo, es una mensajera. Un enredo que lleva una emancipación, un lugar, un encargo, un chisme, una pregunta o una reunión por venir. Mientras el expositor de la Secretaría de Cultura de Bogotá les dice a los consejeros que se concentren en la discusión técnica, recuerda que la peinadora contaba que la ombligada era como una carta astral que otorgaba el oficio y destino de cada quien. Quizás ya pueda hablar.

“Demanda la palabra el consejero de las comunidades negras para hablar de la grave situación…” —imagina que así estará escrito en el acta de esta sesión la intervención que hará en unos minutos. Por fin le dan la palabra, o interviene en medio de una discusión, dice que quisiera que las sesiones de su consejo (el de comunidades negras) no fueran solo sobre temas coyunturales, que no es suficiente con que tengan eventos para las comunidades negras y que cada vez es más escaso el apoyo de las instituciones a estas comunidades. La sesión sigue y sus palabras fueron unas más entre miles. No era lo que quería decir. Se aceleran las intervenciones al ritmo de las últimas luces del día, alguien dice que se respete el reglamento interno. Levantan la sesión. 

Mientras sale de allí recuerda cuando una consejera amiga, la de patrimonio cultural, reclamó más presencia de “funcionarios negros” en las instituciones de cultura y así mejorar la “interlocución”. Quizás ella sí dijo algo importante ese día, piensa que debió haber dicho algo similar. ¿Qué se necesitará para ser un funcionario negro? Cuando entró como consejero al Sistema les dieron varios estudios sobre lo afro en Bogotá y en uno de ellos decía que lo que más preocupaba de la población “afrocolombiana” en Bogotá era la falta de “sentimiento de pertenencia étnica”, a diferencia de los indígenas en la capital. Quizás los que tengan oficio por ombligada puedan ser funcionarios negros —especula mientras ayuda a recoger los vasitos de plástico mordidos que dejó la sesión de cuatro horas. 

“En un grupo étnico se reconoce una carga étnica y una profundidad histórica” —lee el expositor mientras intenta encontrar el botón del control para pasar a la siguiente diapositiva. Algunos escuchan con lo que parece ser atención mientras miran su celular cada tanto, otros toman notas desmedidamente —como si imaginaran más de lo que el expositor dice. La secretaria de cultura, por su parte, lee unas hojas que le acaban de traer para su firma. Pasa las páginas con rapidez, lee los “considerando”, le señala algo a quien le trajo el documento y se lo devuelve sin firmar. Intenta retomar la atención del expositor mientras toma un sorbo de té en un pocillo chinesco.

“Hay que reconocer el gran trabajo de las comunidades afro por la cultura en Bogotá” y “la última comparsa les quedó bellísima, comparada con la del año anterior… en esta sí se notó la tradición”, dicen con grandilocuencia los asistentes antes de que el expositor muestre unas tablas con nombres de proyectos y montos en millones de pesos. Quizás sea porque les renovaron el café o porque el sueño de la tarde menguó, pero en este punto la atención apareció. La secretaria interviene preguntando si hay un detalle por localidad del rubro para “acciones afirmativas”, el expositor responde que todavía no, que esto lo están ejecutando organizaciones con trabajo en varias localidades. “Es necesario territorializar mejor estos datos”, agrega la secretaria como quien sabe que está dando una orden directa y categórica sin necesidad de hacerla explícita. Otro directivo pregunta por qué ha subido tanto la inversión en comunidades negras, el expositor le responde que con el crecimiento de los subsistemas de participación y los consejeros “temáticos” se aumentó la cantidad de proyectos en las acciones afirmativas. Alguien agrega que hace rato “están en mora” de revisar el Sistema Distrital de Arte, Cultura y Patrimonio. Sobre esto último, y sin levantar la vista de su celular, la secretaria dice que hay muchos espacios de este sistema que no están siendo utilizados y la participación es casi nula, “lo que lo hace obsoleto” —añade mientras deja caer el celular sobre la mesa. El expositor busca rápido en sus diapositivas y responde que sí, que es cierto, que han visto bajar la participación en un tanto por ciento. La secretaria responde una llamada y, antes de retirarse de la mesa ovalada y con el teléfono en la oreja, les dice a los asistentes que le tengan una propuesta para reformar el sistema. Tres directivos salen tras ella, los otros se quedan repasando sus notas intentando entender algo de lo allí escrito. 

Hoy cree que sí va a decir algo más relevante que su penosa intervención de la sesión anterior. Han pasado tres meses del último encuentro y confía en lo realizado hasta ahora, además trae algunos datos sobre la participación en los eventos paralelos al Septimafro. Así el sueño de la razón produzca monstruos, cree que con los datos “duros” puede tener mejor participación en la sesión que empieza. Se sorprende al ver a la secretaria y a los principales directivos en esta sesión, a pesar de que por disposiciones legales siempre deberían estar allí, casi nunca van a estas sesiones. La última vez les dijeron que no podían asistir porque tenían una reunión con unos representantes de la UNESCO que estaban de visita en la ciudad. Recuerda que cuando este nuevo gobierno se posesionó fue el gabinete en pleno a la sesión. Por eso no deja de ser extraño que estén todos presentes ahí. Según recuerda de la última sesión el tema que tenían pendiente era discutir los proyectos de inversión para el próximo año. Quizás por eso están todos ahí. 

Con un micrófono entrecortado que prefiere abandonar a riesgo de quedarse sin voz, abre la sesión la presidente actual del consejo. Dice que es “un honor tener a los directivos del sector cultura” y que los consejeros tienen mucho por aportar al periodo que viene. Acto seguido y después de verificar el quorum —el cual celebra sea decisorio— le da la palabra a la secretaria. Dice que está muy orgullosa de lo logrado por el sistema hasta ahora, que se viene un periodo de “grandes retos y oportunidades” para mejorar las acciones y “la participación efectiva”. Sigue exponiendo que hay muchos subsistemas y consejos que no están siendo ocupados, “la participación se hace inviable”, por lo que están pensando en una reestructuración del sistema. La cual, agrega con cordialidad, va a ser concertada por todos los consejeros del sistema. Ronda de intervenciones airadas después de las palabras de la secretaria. Algunos dicen que quieren imponer una estructura desde “la institucionalidad”, otros dicen que respaldan la propuesta. Entre una y otra intervención, la presidenta propone un “comité” para estudiar esto y traerlo a la próxima sesión. 

Al parecer no va a poder mostrar las cifras del Septimafro. Si algo ha aprendido en los años que lleva como consejero es que cuando se pide un comité para un tema es que ya la sesión se salió de control. Muchas veces les han dicho que dejaron eso en manos de un “comité técnico”, pero nunca pasaba mucho. Se alargaba el tema algunos meses y cuando volvían a hablar al parecer ya todo estaba decidido. Siempre quiso saber qué pasaba en esos comités. Un consejero que estuvo en uno le dijo que la mayor parte del tiempo se pasaron haciendo cronogramas de trabajo y “planes de acción”, pero que realmente nunca decidieron nada. ¿Qué tendrán que ver los desacuerdos con los comités? No deja de ser curioso como un desacuerdo entre 40 o 50 consejeros sea resuelto o terminado por dos o tres consejeros. “Deben confiar en el trabajo realizado por los compañeros del comité”, les dijo una vez uno de los funcionarios de la secretaría técnica. 

Antes de cerrar convocan a una sesión extraordinaria para poder avanzar en los temas que tenían pendientes para la actual. Y como profecía autocumplida, les recuerdan que no deben aplazar más esto porque de ello dependen los presupuestos para los proyectos del año entrante. Quisiera decir que no es cierto, que los presupuestos siempre están decididos de antemano, pero sabe que no es tan simple y que ya pasaron los turnos para que los consejeros intervinieran. Una vez más la sesión cierra con consejeros quejándose porque se tratan temas de forma y no de fondo, entre rezongos se van alejando del salón, mientras el consejero de comunidades negras se queda organizando sus notas y hojas impresas. 

Lo de “forma y fondo” le parece un tema repetido desde que está en el sistema, muchas veces escuchó que iban a construir políticas que tuvieran un anclaje de fondo, que aseguraran el “desarrollo cultural” de la ciudad. Lo de desarrollo y cultura lo empezó a oír desde que llegaron los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) de la UNESCO. Desde ese entonces no hay sesión en la que un consejero no pregunte por el estado de estos ODS. Pero nadie sabe qué son, lo único es que siempre están ahí en la mesa, como convidados de piedra. Antes de eso hablaban de interculturalidad, mucho antes de cultura ciudadana y multiculturalismo, aunque en los últimos días han vuelto a hablar de esto también. Es difícil saber cuál es la diferencia, todos hablan de la “centralidad de la cultura”.

Deja el salón pensando en los oficios de los consejeros y de las gentes que dicen representar. Qué tendrán de forma o de fondo el peinado, el muralismo, las caminatas por los senderos de los Cerros Orientales, los encuentros de los indígenas, la santería, las comparsas, los bailes, la poesía, el teatro… No recuerda que en el Sistema se haya hablado alguna vez de los oficios, de los tejidos, las plantas, los colores y los pequeños artilugios e ingenios que se ocultan bajo lo “cultural”. Pareciera que todo está es filtrado por la sombra de los comités, las líneas de inversión y las políticas públicas. Siempre creyó que ser consejero era impulsar políticas públicas, al fin y al cabo, estas eran la respuesta —creía en ese entonces— a los problemas que tenían las comunidades negras en Bogotá. 

Y las políticas nunca pararon de aparecer. Mucho menos las reuniones. Primero como tragedia, luego como comparsa. Cada nuevo gobierno se propuso construir una nueva política, ya olvidó cuántas han sacado. Algunas se llaman lineamientos, otras se llaman planes, algunas son a veinte años, otras a diez, pero ahí están todas. Diagramadas, firmadas y publicadas para quien quiera leerlas. Quizás nadie quiera leerlas, alguien vendrá a reinventarlas. Así lo están haciendo en otros países —dirá un nuevo funcionario mientras pasa sus diapositivas. En todas tuvo algo para decir, llenó matrices, convocó a la gente que conoce, caminó de nuevo la ciudad, priorizaron y defendieron sus oficios. Aún así, piensa, nos siguen pidiendo fondo. Quizás el secreto sea esconder siempre su profundidad.

De regreso a la casa afro se encuentra con el colectivo de baile que está aplicando para ganarse una beca de la Secretaría de Cultura para viajar como agrupación artística. “Muchas de las cosas que piden en ese formato no las tenemos” —le increpan mientras navegan por la página web de la Secretaría de Cultura. Leyendo los requerimientos recuerda que hace unos meses discutían en el consejo sobre el fomento y los incentivos a las agrupaciones. “Están poniendo a competir por recursos a los grupos que toda la vida han trabajado juntos”, argüía un consejero. Entre comentarios similares y los reclamos de los consejeros por limitar toda intervención cultural a crear becas e incentivos, los funcionarios de ese entonces decían que era necesario “capacitar” a los grupos para presentar proyectos. Quizás todo se reduzca a presentar proyectos. 

Revisando las notas del diplomado “Fortalecimiento a proyectos comunitarios” que recibieron en el consejo, empieza a ayudarles a llenar el formato para la beca. Era fácil lo que les decían en el diplomado. En resumen, les insistían en que los objetivos y las acciones que proponían para la ejecución del proyecto tenían que tener “un hilo conductor”. También hablaban de los verbos rectores, “son guías para la ejecución del proyecto y su alcance presupuestal”, les decían con misterio y solemnidad. Una de las peinadoras se une al grupo alrededor del computador y les dice que escriban que el baile sirve para sensibilizar y visibilizar tradiciones. Sin dudar ni un segundo lo escribe en el formato. Después de todo, esas palabras se escuchan mucho en las sesiones del consejo y en todas las políticas que han escrito. Un poco confundidos por la redacción del proyecto para la beca, los danzantes preguntan por la ropa, los tejidos, los peinados, los pasos, la composición musical y todo lo que no parece quedar allí incluido. “No se preocupen que todo eso está ahí —les dice el consejero paternalmente—, pero primero hay que ganarse la beca”. 

¿Dónde ha escuchado antes lo que acaba de decirles a los pelados? La respuesta es más que obvia. En el consejo, en las mesas de participación, en los comités para políticas, para priorización de proyectos, en las asambleas anuales del sistema, en los foros nacionales e internacionales… podría pensar todo el día en lugares de enunciación, pero lo inquieta más su propio lugar de enunciación. Siempre hay otra cosa por hacer, lo que creía que podría lograr en el Sistema está siempre pospuesto o en otra parte, a la espera de una resolución, de un proyecto, de un consenso o de un comité redentor. Primero había que ganarse la beca, las elecciones locales o el diplomado para aprender a hacer proyectos. Había que firmar el acta y “comportarse a la altura del Sistema” —como les dijeron alguna vez. Era inadecuado preguntar por lo material, por lo político o por unas actividades o gentes específicas. Antes que nada, había una razón técnica lindando el recinto, una forma de estar, escribir y hablar. Quizás ahora entiende qué querían decir cuando les decían que pensaran en cosas de fondo, el fondo en el que estaban sumergidos, sin pieles, ni peinados ni bailes, ni desgarros, ni articulaciones. 

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Sin nombre, fotografía de Camilo Ara, 2015

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