Santa Marta y mi abuela: flores, velas y favores

Publicado 14/09/2021

Juan Pablo Rodríguez Urriago

Estudiante de Antropología
Universidad de Caldas
juan.2051626843@ucaldas.edu.co

En una de esas tantas tardes calurosas que transcurren por el solar de mi casa en Gigante Huila, mi abuela y yo nos disponíamos a deshojar un maíz para poder desgranarlo y hacer unos envueltos. Si algo tiene mi abuela es un enorme gusto por los amasijos. A sus 82 años y madre de cuatro mujeres y cuatro hombres, se mueve por la cocina con mucha pasión y ánimo. Hace unos envueltos deliciosos que, si no es porque ella vigila la cocina, no durarían ni dos días. Mientras ella sacaba los casquitos[1] y yo terminaba de pelar las mazorcas y desgranaba, nos acordamos de Lorenzo.

Mi abuela ha vivido toda su vida en Gigante. De profundas raíces católicas, mis bisabuelos le inculcaron el debido respeto y temor de Dios, y mi familia conserva esa profunda devoción y las creencias inculcadas por mi abuela. De tez blanca, cabello largo y grisáceo, de unos ojos verdosos que solo mis tías heredaron, Gladys Longas Urriago es una fiel creyente en el poder de Dios, el cielo y el infierno. Reza sin falta el rosario todas las noches, y nunca falta una veladora encendida dentro de la casa. De un carácter fuerte y sin vacilaciones, ha administrado con buen empeño una finca que tras la muerte de mi abuelo pasó a ser suya. Por las tardes, después de la siesta y la oración de la tres, se toma su aromática de órgano para los riñones y espera paciente a que sean las cinco de la tarde para prender el televisor, rezar el rosario y escuchar la misa de la que no puede participar de manera presencial por la pandemia y sus quebrantos de salud.

Lorenzo fue un gato que tuvimos en la casa cuando yo tenía 10 años y que un día amaneció muerto producto de un envenenamiento. Para mi abuela y mi mamá, la vecina que teníamos en ese momento fue la responsable de ese hecho. Desde esa vez, y ahondando el disgusto por un árbol que estaba al borde de la tapia entre los patios de las dos casas, mi abuela no veía la hora de que la “señora esa” como le decía, se fuera del barrio. Recuerdo que, ese día, mi abuela estaba furiosa golpeando en aquel portón blanco, y lanzó la sentencia después de varios minutos de alegatos: “yo no la quiero volver a ver por acá-”.

Hablando del gato, tema del que poco conversamos y que justamente no había querido tocar en las primeras versiones de este texto, le pregunté a mi abuela la razón por la cual la vecina, a las pocas semanas del envenenamiento, se fue del barrio sin razón alguna o aparente. Nadie conoció los motivos para que la vecina se fuera del Ocho de Mayo (como se llama mi barrio) sin despedirse de nadie. Bueno, aunque muy pocos la querían. No tenía de quien despedirse. Mi abuela sí sabe el motivo y muy clarito lo tiene: “fue un favor que me hizo Santa Marta”. Gracias al ofrecimiento de la novena, las flores frescas en el altar y la veladora que le prendió varias noches seguidas, Santa Marta le concedió el favor de alejarle a la vecina de la casa. Ese fue el motivo. El contacto de lo místico y lo divino, de este mundo invisible con la materialidad de nuestros cuerpos, las imágenes, la luz, se manifiesta en las revelaciones, los milagros, los favores, que son la respuesta de un poder que anuncia, transforma y cumple. En este caso, del poder divino que a través de la santa concedió un favor a mi abuela.

Las santas y santos tienen poder. Si esto no fuera cierto, no veríamos lugares consagrados y dedicados a tantas y tantos de ellos. Desde altares en las cocinas y habitaciones, cuadros del Sagrado Corazón y la Virgen María en los lugares principales de las casas, montes, grutas, oratorios, capillas, templos, catedrales y basílicas… los santos construyen lugares donde las súplicas, las acciones de gracias, los ofrecimientos y las desdichas se encuentran. Caminos de peregrinaje y penitencia. Espacios para los dones, las reliquias, los recuerdos y lo bendito. Muchas de las cosas a través de las cuales lo invisible toma forma en nuestro día a día      provienen de los lugares donde el santo está consagrado. Las tantas estampillas, cuadros, novenas, imágenes y oraciones en papeles desgastados y amarillentos que se pueden observar desde su pensada disposición en el pequeño espacio del altar de mi abuela han viajado para llegar a encontrarse con ella en cada una de las jornadas en que se  dedica a orar.

Lo que de Santa Marta voy a comentar aquí proviene de los datos que he podido obtener de algunos de los libros que mi abuela conserva con sumo cuidado en su habitación. Hay uno muy especial con el nombre de La vida de los santos[2], este libro cuenta, desde la voz del conocido Padre Salesman, la historia de la santa o del santo que se celebra cada día del año. Hay una pequeña biografía, algunos datos curiosos y algunas oraciones.

Marta es el nombre de una de las tantas mujeres que se nombran y describen en la Sagrada Escritura, el texto de culto del catolicismo. Oriunda de Betania, un pueblo cercano a Jerusalén, estuvo presente en dos acontecimientos de la vida pública de Jesús que involucraron directamente a su familia: la resurrección de su hermano Lázaro y la visita a su casa, donde vivía con María su hermana. En el caso de Lázaro, Marta manifestó que, si Jesús hubiese estado con ellos, su hermano no habría muerto. No obstante, Jesús por compasión y a solicitud indirecta, resucita a Lázaro. De ahí que Santa Marta, que es santificada por el Papa Pio XII en 1960, sea nombrada la patrona de los imposibles; de las causas perdidas. En palabras de mi abuela: “Si logró que el señor le devolviera a su hermano, cómo no va a hacer estos milagritos que le pedimos” (Com. Per., 2020).

Dado que sus apariciones dentro del texto bíblico están enmarcadas en el ambiente familiar y doméstico, la Iglesia la nombró como la patrona del hogar, de las cocineras y las amas de casa. Y por su hospitalidad con Jesús, quien fue en varias ocasiones a su casa, también es la patrona de los hoteles y las casas de huéspedes. Muchas son las referencias textuales que se pueden encontrar en la Sagrada Escritura, en especial, en los capítulos de los evangelios. Gracias a un curso sobre filosofía y ateísmo contemporáneo, me acerqué a este texto y a los textos no oficiales y no reconocidos (los textos apócrifos, como el evangelio de la Virgen María), en los que también Marta de Betania hace su aparición.

Su profunda amistad y cercanía con Jesús hacen de Santa Marta una de las mayores intercesoras de los fieles devotos que le rezan la novena y le ofrendan flores y dinero, en los cientos de altares de iglesias y casas del Huila y, por supuesto, en muchos lugares del mundo. La iconografía que la hace visible la caracteriza como una mujer de vestido rojo con una capa sobrepuesta verde, una cruz que sostiene con su mano izquierda, un delantal blanco, unas llaves ceñidas a la cintura y un dragón que ella pisa con sus pies. Hay algunas variaciones en las formas en como la Santa es representada. Mi abuela dice que es culpa de la gente por no mirar bien las estampillas originales. Algunas de estas representaciones llevan antorchas, una biblia y un incensario.

He podido comprobar estos detalles gracias a que en el altar atiborrado de escarapelas y bultitos de yeso de tantas santas y santos que se encuentra en la habitación de mi abuela, Santa Marta está en sus dos versiones. Yo le preguntaba por qué tener dos, y ella siempre me respondía que los regalos nunca se desprecian, aunque ya tengas de eso en la casa. Eso de regalar santicos ya no es tan común como hace algunos años. Desde la mecedora que tiene junto al comedor, la madre de ocho hijos, mi abuela, me confesó que ella veía de muy mal gusto cuando alguna de sus amigas que se iban de romería no le entregaban de regalito una imagen de la patrona o patrón visitado. La romería implica un desplazamiento; es como un ejercicio físico que se hace para prepararse para una visita. La distancia se mide como sacrificio y los objetos que se usan para ir de nuestro lugar a otro resultan ser los que usamos para ocasiones especiales. Las romerías se asocian a un desplazamiento hacia algún lugar dedicado a un hecho o a un santo. Sin embargo, este desplazamiento no es un simple moverse o sacar a alguien o algo de un lugar para llevarlo a otro. Este es un desplazamiento sacrificado por la dureza del camino. Por un camino que se hace a pie, un camino que cansa y agota. Por el trasnocho, el calor, el frío y el sereno. Es un desplazamiento que se sufre. El sacrificio del peregrinaje enfatiza la santidad del lugar y la buena intención de los peregrinos que ofrecen el camino para ser escuchados y no regresar con las manos vacías.

La santa que siempre mostró su gran aptitud de servicio es también implorada para que ayude a los fieles a desempeñar sus deberes cristianos con diligencia y responsabilidad. Mi abuela participó activamente en la parroquia de mi pueblo natal como miembro de una comunidad de oración que llevaba por nombre «comunidad de Santa Marta», hasta que problemas de visión y otros tantos asociados a una trombosis se lo permitieron.

En su cercanía al río Magdalena y bajo la protección de Mirthayu y Matambo, una pareja de gigantes que por amor murieron al convertirse en dos rocas encantadas, se cuenta que los primeros colonos, que construyeron las primeras casas del municipio que se pensó como zona de descanso de los viajes a lomo de mula entre la provincia de Neiva y la de Popayán, encontraron los restos óseos de un Mamut. Esto respaldó las leyendas de los hombres gigantes del Macizo colombiano y por esta razón el nombre del municipio es El Gigante. De esos restos nunca se supo. No los hemos visto, pero los giganteños no dudamos de ellos cuando vemos el cerro de Matambo y los senos de Mirthayu en el horizonte. Este municipio opita, que se encuentra al centro oriente del departamento del Huila, está lleno de grupos de oración y culto a los espíritus. Historias como la de Juan Vaquero, un matarife que desapareció después de ver al diablo en un toro negro en la loma de la cruz un jueves santo después de desafiar a Dios y no guardar el luto y el silencio del día. Borracho, cosa que está prohibida en los días de la Semana Santa, camino a su casa en una noche fría, vio en un toro bravío de unos ojos rojos que le brillaban su sentencia de muerte. O como la de Lulú que, con su guarruz para los días de la Santa Cruz, llenaba de alegría a la gente con sus bailes y congregaba con devoción en los rezos de novenarios para los difuntos. Estas historias llenaban las apacibles tardes de conversa de los mayores bajo la ceiba de la libertad que ahora está caída a causa de un hongo que se la comía por dentro. Sembrada el 5 de octubre de 1851 para celebrar la firma de la Ley que abolía la esclavitud en Colombia, la ceiba no logró soportar por más tiempo el peso de la enfermedad y los años. Ahora, desparramada en la plaza principal como un gigante indefenso, espera a que en medio de los deseos y las afecciones que su caída ha provocado, se decida qué hacer con su tronco. Ahora, las conversas son de los viejos temores que los mayores han comunicado desde siempre: a la caída de la ceiba, Gigante se va a inundar, porque así el padre Hermida lo vio una madrugada de pie en la puerta de la casa cural como una visión que Dios le había concedido.

En medio de estas cosas cotidianas y cultivadas de mi pueblo, se mueve la devoción y veneración a los santos, el respeto a los curas, las ofrendas para la iglesia, los grupos de oración y culto y, por supuesto, mi abuela y Santa Marta.

Marta, para la Iglesia significa: «señora; jefe de hogar». Sus poderes y su fuerza de invocación están amparados en la autoridad de su nombre y los tantos testimonios de sus devotos. Más allá de las descripciones bíblicas y los atributos que les son otorgados, las relaciones de las santas y santos con sus fieles es amplia, diversa, colorida y sincrética. Que a San Antonio le quiten el niño bajo la promesa que se lo devuelven cuando les cumpla el favor pedido, o que poniendo a San Judas Tadeo boca abajo este escucha más rápido las peticiones, son una prueba de las diversas maneras en que se pueden encontrar y desencontrar los mundos invisibles del poder curativo, restaurador, malicioso y enfermizo con nuestra realidad, materializada en las cosas que crean nuestros mundos cotidianos.

A diferencia de su hermana María, Marta llevaba el orden y el control de todo lo relacionado con la vida doméstica. Tanta fue su autoridad que reprochó a Jesús el hecho de que su hermano estuviera muerto. Por su intercesión obstinada su hermano resucita, y esto la hace acreedora de una profunda devoción que lleva a que sus fieles le confíen sus imposibles y los casos difíciles de la vida.

Para mi abuela, a Santa Marta se le puede pedir por cualquier tipo de necesidad. Pero, para que sea exitosa la solicitud, se le debe ofrendar; entre más ofrendas, más rápido puede conceder los favores: flores, una veladora en su honor, dinero y hasta una misa, son algunas de ellas. Mi abuela ha hecho uso de todas. Sin embargo, es en el altarcito de su habitación, el lugar más sagrado de la casa para ella, donde ocurren la mayor parte de las relaciones vitales con Santa Marta. El altar es una mesa de madera pintada de blanco; en su lado derecho, la mesita tiene dos cajoneras abiertas, sin puertas, donde es posible apreciar veladoras usadas llenas de polvo, y muchos frascos de alcohol con hojas de romero en su interior. Sobre la mesa, un mantel blanco acanalado cubre toda la superficie. Mi abuela cubre sus partes quemadas, poniendo sobre ellas velones que usan de soporte latas de atún ennegrecidas con el hollín de tanta lumbrera. 

Infinidad de colores, formas y texturas, conforman el paisaje de encima de esta mesa consagrada a la oración y al descanso de los objetos benditos. Una cosa es muy clara para mi abuela: rezarle a lo no bendito es como pedir bendiciones a la pared. Nada. Es decir, todo aquello que no se encuentra consagrado y dedicado a lo divino, a lo sobrenatural por medio de una autoridad que lo respalde, no tiene ningún tipo de eficacia en el contacto con lo sagrado, puesto que las cosas, las personas y los lugares no disponen de esas cualidades que denotan este tipo propio de ser: el de ser los dispensadores de anuncios, milagros y cumplimientos.

Los espacios que se dedican al culto no son homogéneos ni vacíos. Precisamente en la singularidad de los significantes lingüísticos, comportamentales y gestuales que se producen en la interacción con ellos está la heterogéneo. Los lugares de oración y peregrinaje dejan de ser una simple expresión material de estas relaciones, puesto que los llenamos de significados y les atribuimos actitudes o personalidades como los que mi abuela atribuye a su altar: serios, misteriosos, ordenados, bonitos, etc. Los cuerpos de las cosas que se mueven entre lo invisible que se hace cotidiano, nuestros cuerpos, son sometidos a las sensaciones internas y externas que producen los poderes que emanan: hormigueo en el cuerpo, dolores de cabeza, pesadez en los hombros, fatiga. Estos son algunos de los síntomas que mi abuela cuenta que se pueden llegar a sentir en una romería.

En medio de una cantidad de escarapelas, imágenes de yeso, cruces y camándulas, la santa comparte un espacio con los demás. Como una santa buena, ha concedido muchos favores a mi abuela. Favores que se otorgan a cambios de los dones que mi abuela le ofrece. “A través de ella, y todos los demás santos y santas, Dios se hace presente”, dice mi abuela. Pero sus milagros y favores cumplidos la acompañan. Le han concedido un privilegio de entre todos los demás. Los demás, con quienes ella comparte el altar de mi abuela, la acompañan, pero mi abuela poco habla de sus favores. La fama de Santa Marta la precede. Muchos son los testimonios de favores recibidos. Las placas que, a nombre de toda la familia, adornaban una fracción de la pared del templo de Gigante, así lo confirman. Muchas personas de mi pueblo y devotos, confían en ella. La santa es muy buena y hace muchos favores.

En un pequeño frasquito de vidrio reposan las flores que mi abuela toma de su jardín para poner en su altar. Cuando se van marchitando, las reemplaza por unas nuevas. Ella decía alguna vez: “todos nos vamos marchitando como estas flores, sólo que nosotros no tenemos reemplazo por unas nuevas y recién cortadas”. Por lo general, mi abuela le pone las flores a la Virgen María, pero cuando le reza la novena a Santa Marta, pone las flores y la veladora a su lado; adecúa el espacio para rezarle con devoción y estar atenta a que no le falte nada para que la santa le cumpla los favores.

Cuando alguno de mis familiares o yo viajamos, mi abuela pone una foto nuestra junto a una de las estampas de Santa Marta (y estoy seguro de que ya consiguió una nueva imagen que reemplace la que mi primito le descabezó por andar jugando con mi mamá) y nos encomienda. Reza por nosotros. Nos entrega a los cuidados y beneficios de pedir el amparo a estas fuerzas divinas. El poder de protección y amparo ya no se le pide a Dios mismo, sino que es depositado en la santa. Antes de la pandemia y que la vida misma nos demostrara que no estamos solos y lo insignificantes que podemos llegar a ser, los fieles devotos de la santa se acercaban al templo y, tocando la imagen, se echaban la bendición en señal de protección para todo el día. Las fuerzas que convocan son muy poderosas. Ahora, en frente de la pantalla del televisor, mi abuela le reza a Santa Marta y pide los favores que antes hacía arrodillada en el templo.

He aquí el hecho, uno de tantos, que mi abuela atribuye a los poderes de Santa Marta: la vecina vivía enojada porque el mirto que está en nuestro patio le enmugraba el suyo. Se la escuchaba alegar por las tardes, enojada por algo que simplemente sucede. Mi abuela empezó a enojarse con la señora. La muerte de Lorenzo fue un golpe muy duro para nosotras. Mi abuela no dudó ni un segundo que fue ella la que lo envenenó. Ya se habían escuchado por mi cuadra los rumores que la vinculaban directamente. Desde esa vez, mi abuela fue consciente de la necesidad urgente de alejarla de nuestra casa. Semanas después del envenenamiento, justo el día en que nuestra vecina le cortó algunas ramas del árbol sin decirnos, mi abuela se entregó fervientemente a la tarea de pedirle a Santa Marta que nos alejara a la mala vecina.

Rezar implica una disposición propia en todos los sentidos. Todo se ordena como quien se prepara para encontrarse con alguien, y que este alguien te vea lo mejor posible. Que con nuestro ánimo, fervor y buenas acciones, el encuentro sea ameno, cordial y favorable. Así sucede dentro de mi casa. Uno puede saber sin llegar a equivocarse si mi abuela está rezando una novena. Se la ve diferente. Hay un cambio de las actitudes y las formas. Evita enojarse en esos días, es más callada y siempre se la ve como pensativa. A diferencia de los otros días, está mucho más atenta a la veladora y a las flores de novio que se marchitan rápidamente por los calores. La novena, y sobre ella una camándula de cuentitas de madera con un grabado de rosas, toma protagonismo en el altar que se encuentra al lado izquierdo de la cama.

Hasta antes de la pandemia, mandaba a hacer una intención de misa en acción de gracias y petición por los favores pedidos a Santa Marta, y con mucha devoción iba a la santa misa segura de que ese don ofrecido sería de agrado para la santa. A veces, mandaba a hacer hasta tres misas al mes con estas mismas intenciones. Sentada en la cama y con la bacinilla usada de banquito para que las piernas le queden más recogidas y evitar los dolores de espalda por estar sentada sin espaldar, mi abuela reza el rosario sin prisas. Reza en voz baja los padrenuestros y avemarías acompañados de los misterios del día. Lo hace con un fervor que admiro. Por más enferma que se encuentre, nunca le falta su rosario antes de acostarse. El rezo del rosario es parte inicial de cualquier novena u oración especial. Le gusta rezar solo a la luz de la veladora, pero cuando hace la novena le toca pararse a prender la bombilla de la habitación. Estoy seguro que ella se sabe la novena a Santa Marta de memoria. Pero creo que al leerla se siente más segura de no equivocarse.

En un momento profundo de silencio, habla con la santa y le explica el motivo del ofrecimiento. Se encuentran. Es justo en ese momento en que se hallan juntas. Cuando mi abuela mira a la santa a través de esos ojos que reflejan la llama que danza por entre las sombras que se proyectan, no duda que en esa imagen ella se hace presente. Ahí está. Todo queda contenido ahí. Todo se dispone a ese fin único e irremplazable: estar frente a frente.

La veladora dura encendida hasta que mi abuela se pone su pijama y viene de la cocina para acostarse a dormir. No apaga la veladora sin antes pedir permiso a la virgen y a la santa. Así transcurren los nueves días de rezo o los dieciocho días dedicados exclusivamente a ella. Mi abuela aguarda con paciencia que pronto pueda volver a la iglesia de manera física y ofrecer una acción de gracias porque con sus oraciones fue escuchada en la intersección de librar a nuestra familia de morir por el Covid-19.

Es conocida en Gigante la devoción que le tenía el sacerdote Bolívar Floriano a la santa, quien una vez llegado a su nueva casa cural en año 1998 le mandó a hacer el actual nicho que tiene y ordenó colocar un cajonero con velas eléctricas. A este cura le tocó vivir con nosotros la toma guerrillera del 99 a manos del frente Teófilo Forero de las extintas FARC cuando a eso de las siete de la noche hicieron estallar un cilindro bomba en el puente de entrada norte al municipio. Lo que recuerdo de esos días da pa unas cuantas páginas aparte.

Este nicho ha pasado por varias renovaciones según los gustos de cada sacerdote que ha llegado a Gigante. No podía faltar el lugar de las ofrendas, por lo que junto al nicho se encuentra un pequeño cofre metálico para ofrendar a la santa. Los desconfiados aún ponen sus velas de parafina en el suelo. Ni el Sagrario mismo de este templo, donde se supone está Dios en la fisicalidad de las hostias, tiene tantas velas como las que se encuentran a los pies de Santa Marta. Es como si cada vela de parafina que ofrendan los devotos en el suelo fuera la serpiente que ella pisa con sus pies y libera. Si la pandemia había impedido el regreso de los devotos al templo parroquial, el riesgo de colapso de la estructura del techo del templo hace imposible que volver sea pronto. Por ahora, los encuentros serán desde las casas, en cada lugar que esté dedicado a estos encuentros con lo divino.

Lo importante aquí es reconocer cómo los mundos invisibles de favores, dones y milagros que se reciben de una fuerza que se manifiesta en el yeso y porcelana que contienen tantas santas y santos, se manifiestan en cada altar, altarcito, templo, capilla, oratorio, cocina, sala y corredor donde ellos estén recordando la fuerza, el vigor y el control de los destinos desde el otro lugar, donde la realidad no alcanza el grado máximo de representación. 

Los 29 de julio, días en que la iglesia católica celebra la fiesta en honor a la santa, cientos de fieles se reúnen en el templo parroquial para agradecerle o solicitarle un favor. Nueve días antes, mi abuela ofrece la novena en honor a la santa con la petición final que está consignada en el librito ya desgastado y amarillento:

Oh santa Marta, modelo de castidad y paciencia, ejemplo vivo de todas las virtudes cristianas, testigo presencial de las divinas palabras, milagros, pasión, muerte y resurrección de nuestro redentor Jesús; humildemente nos acogemos a vuestro patrocinio y amparo y os rogamos encarecidamente con toda la sinceridad del alma, con la fe viva y ferviente que despierta y fomenta en el corazón la sabia y vivificante doctrina de nuestro Salvador, nos alcances de Él la tranquilidad de conciencia, ocasionada por el cumplimiento de mis obligaciones morales y religiosas así como la dicha y prosperidad en nuestro hogar.

Interceded, casta esposa del Señor, por la dicha y prosperidad de todos los seres que amamos; alcanzadnos la paz y concordia que la sociedad reclama para su bienestar y que, fieles a los preceptos divinos que por medio de Moisés fueron revelados al pueblo escogido para nuestro bien, consigamos la gloria eterna reservada a los mansos y humildes de corazón. Amén.

Una vez al mes, mi abuelita ofrece la novena en honor a Santa Marta. Cuando la necesidad es muy urgente y la petición requiere ser atendida lo más pronto posible, como un peligro de muerte o una enfermedad grave, se le ofrece la novena 27 días seguidos (se reza tres veces seguida la novena). Muchas personas le ofrecen ayuno y abstinencia. A veces, hasta cambios de comportamiento. Mi mamá, por ejemplo, le ofrece no decir groserías por una semana. Ella suele ser bastante brava y en esos días la desconozco. Parece en estado de gracia.

Al igual que muchos santos y santas, Santa Marta está presente en la vida cotidiana y del sol a sol de todos sus fieles. Al igual que en un mosaico, las manifestaciones y las relaciones de poder en torno a la santa giran en todos los aspectos de la vida social, económica y comunitaria. La devoción a los santos hace parte de una red de profundas y diversas conexiones entre lo imaginado, lo real, lo intangible, lo sagrado y lo profano.

“Los encuentros resultan exitosos cuando la santa por su intercesión nos demuestra el poder del milagro y la fe. A quien ve frustrados sus anhelos encomendados a su divino amparo en la ausencia del favor pedido, se desencuentran con lo divino porque no alcanzan sus favores, y nuevamente vuelven a empezar llenos de esperanza los ejercicios espirituales para que la santa colme sus deseos y aspiraciones”. Esto me respondía mi abuela cuando le preguntaba por Santa Marta en estos días calurosos.


[1] Hoja de la mazorca que se usa para el envuelto. 

[2] La vida de los santos hace parte de una de las publicaciones de la Sociedad San Pablo que en 2014 sacó una quinta edición de los cuatro tomos de este libro. Cada tomo se divide en tres meses del año y presenta los datos biográficos de las santos y santas que se celebran esos meses. Mi abuela tiene el tomo tres (julio, agosto y septiembre), y el tomo cuatro (octubre, noviembre y diciembre). Esta versión de la vida de los santos es la más común de todas. Las versiones de lujo y las individuales de cada santo por ser más costosas, no son tan comunes. Las publicaciones del P. Eliecer Salesman, autor de esta versión de la vida de los santos, son de fácil acceso y muy ilustrativas.

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Santa Marta